Una vez más, la confianza ciega en una persona ha vuelto a cobrar venganza en mí. Una vez más el creer que alguien no miente, que alguien siente me ha vuelto a llevar al límite de los sentimientos en el que no vale la pena ni gritar, ni llorar, en el que la rabia contenida en unos ojos que no brillan ya de verte, sino de ganas de llorar, son el espejo de un mal momento, un mal día, una eterna mala racha que semana tras semana va adueñándose de cada uno de mis momentos, de cada uno de mis sentimientos.
Me gustaría advertir desde aquí… avisar, que los caminos se están separando demasiado, que las miradas pueden más que matar, herir, que las palabras que no se dicen, se olvidan, que los días, semanas y meses van a ir pasando, dejando que todo se olvide y que llegará un momento en el que las cosas no van a tener ni remedio ni arreglo. Que odio ser una extraña que encontrarme con extraños, que no soy yo la que se ha movido, sino otros los que han cambiado sus prioridades de una manera alucinante… y que me canso de perseguir a aquellos que a cada paso que doy, salen corriendo.
Hubiera estado bien por lo menos el saludarnos, pero parece que te cuesta… allá tu, yo sigo donde estaba, donde estuve y donde me hallo.